martes, septiembre 23, 2008

Otra canción desesperada


Gotta Knock a Little Harder - Mai Yamane

Por aquella mujer que canta
saco de mi bajo las mejores melodías.
Por esa mujer que lo mismo le van las mentiras que las verdades,
pues todas se desprenden igual de salvajes de sus labios,
yo hago sangrar mis yemas hasta la última nota.
Y cuando ella calla y me quedo con toda su atención
no me esfuerzo menos que cuando el universo es suyo y parece ignorar mi existencia
porque sé que somos uno
episodio y permanencia
armonía.

¿Y si ella no lo sabe?
Sí lo sabe
¿Pero si no?
¿Si un día aparece cantando sin mi bajo (que es suyo)
o con otro cualquiera (que es lo mismo)
y prosigue dominando universos sin el menor asomo de piedad?
Entonces tal vez no valga nada mi sangre resbalando por las cuerdas,
ni siquiera mi vida que es ser sustento de su imperio de sinrazones hermosas
y deba mejor yo destazar mi instrumento,
hacerlo testigo mudo de como su cuarta tripa me roba el aliento
mientras la primera soporta ya inmóvil el cuerpo de ella,
porque siempre será la primera
hasta en colgar del techo.

Bangkok, Octubre 2007

lunes, septiembre 15, 2008

Cien metros espalda en la sexualidad humana

De espaldas a la ilusión

Hace unos meses empecé a ir a nadar una vez por semana para recuperar la forma perdida. Este ha sido una gran experiencia cultural en la que, además de toparme con nuevos adelantos tecnológicos de gran utilidad, como la centrifuga para trajes de baño, vine a enterarme de que es muy probable que la gran mayoría de los japoneses nunca en su vida se hayan clavado en una piscina porque es peligroso. Pero más allá de ello, viendo los cuerpos moverse bajo el agua, yendo y viniendo en esa casi desnudez regularmente no admitida, tuve la ligera impresión de que algo iba en contra de la lógica erótica convencional.

Gracias a la nutrida afluencia de minifaldas en el cotidiano japonés no fue difícil continuar este pensamiento. Ya estamos más que familiarizados con el juego erótico femenino, ese del mostrar y no mostrar, del dobladillo alto y la camisa abierta, de las formas reveladas y las sombras provocadoras. Este es una estrategia de atracción que funciona bastante bien mientras el deseo sigue latente, pero ¿qué si uno se da cuenta de que lo que se oculta con tanto misterio no es nada? El vestido de baño es un límite último, y tal vez el verano en retirada ponga su parte, mas en el ir y venir piscinero, se hace más que evidente la banalidad de lo escondido: ya sea un círculo pardo, con una minúscula adición de carne, o una melena triangular, nada fuera de lo común, presagiando una cavidad que no puede ser vista - o bien, que no tiene nada que ver.

En cambio, no se puede decir lo mismo de la contra parte biológica, mucho menos publicitada, pero esta sí con un alto potencial de sorprender. En seguida se pensará que esto puede ser para mal o para bien, pero creo que en general es para lo último. No se trata de la ya desgastada discusión heredada del positivismo sobre las magnitudes, sino del goce de descubrir algo de lo que no se tiene la menor idea. En ello me parece que los hombres somos más divertidos. Desvistiendo a una mujer no encontramos nada que ya no supongamos - a menos que se sea víctima de un engaño mayor - mientras que un hombre... ¿Radicará en ello algo de los valores griegos? ¿Qué dirán los musulmanes? ¿Disfrutaran de este factor sorpresa? Podría decirse incluso que las mujeres de vestir más recatado, o las menos dotadas, resultan mucho más interesantes a la hora del té que las voluptuosidades de moda.

Debe admitirse que la opinión aquí defendida está limitada a la dimensión de lo visible, pero que la sexualidad es mucho más que esto. Sin embargo, la pornografía y el uso comercial de la imagen femenina obedecen a esta restricción, del mismo modo que la mayor parte de lo que es abiertamente comentado respecto a los pares sexuales. Los demás sentidos parecen subordinados a lo percibido por el ojo - tal vez siguiendo una divergencia evolutiva - y esto nos hace vulnerables a los espejismos, dejando fuera de los relatos las experiencias más íntimas, donde reside el quid del asunto, pero tal vez más difíciles de describir con palabras.

Pero como en toda carrera de cien metros hay una vuelta, donde toda ventaja ganada en el arranque corre el riesgo de perderse. En esta ocasión llegó de un lugar inesperado: de la página final de un artículo de Max-Neef sobre los fundamentos de la transdiciplinariedad, que por alguna razón desaparecio de la copia que estaba leyendo, sólo para aparecer en el momento indicado. En ella cita a Lao Tsu, que traduzco como sigue:

Treinta rayos comparten el interior de la rueda;
Es el agujero central el que la hace útil.
Forma arcilla en un recipiente;
Es el espacio interior el que lo hace útil.
Corta puertas y ventanas para un cuarto;
Son los huecos lo que lo hacen útil.
Por lo tanto la ganancia viene de lo que allí está;
La utilidad de lo que no.
O como dice la tercera ley de la transdiciplinariedad: "Sólo por lo que no está, es posible que haya lo que hay; y sólo por lo que está es posible que no haya lo que no hay". ¡La unidad de todas las cosas! - añade el autor.

Si de tal magnitud es lo que se esconde, bien ganado tiene el misterio.

De nuevo atento,

panÓptiko

Adenda:
Y hablando del tema, este artículo del 4 de septiembre en el Japan Times, viene precisamente a corroborar la opinión del post. Traduzco el párrafo que me parece más trascendente:

Esto puede explicar porque tanto las mujeres musulmanas como las judías ortodoxas no sólo describen cierta liberación en su vestir modesto y cabello cubierto, sino que también expresan niveles mucho mayores de dicha sensual en sus vidas matrimoniales, a los comunes en occidente. Cuando la sexualidad se mantiene en privado y conducida de maneras percibidas como sagradas - y cuando el marido de una no esta viendo a su esposa (u otra mujer) medio desnuda todo el día - uno puede sentir gran poder e intensidad cuando se sueltan la "head scarf" - lo que se ponen en la cabeza que ahora no se como se dice - o el "chador" - las ruanas que se ponen en Irán - en la santidad del hogar.
Aunque no concuerdo con el trasfondo sagrado, ni con la desnudez en el hogar, creo que compartimos el punto. Ahí les queda.