jueves, diciembre 23, 2010

Recta final

En esos días turbulentos que acompañan los periodos de cambio, uno - por lo menos yo - es más susceptible a la belleza de las pequeñas cosas. Creo que nunca antes había logrado silueta semejante con la crema de dientes. Me costó bastante decidirme a cepillarme. Afortunadamente acá se mantendrá inmortalizada.

Felices fiestas y alegría para el año que viene.

Sustento el 4 de enero.

Hasta entonces,

domingo, septiembre 12, 2010

Kaleño



Sí tuviera que escoger un trabajo manual, ahora que el segundo chance como estudiante se acerca a su fin, me gustaría manejar una pulverizadora.

Nunca había sentido pasión alguna por las grandes máquinas. Aunque entiendo los principios de la mecánica, e incluso sea capaz de ayudar a un varado, los autos me tienen sin cuidado. Tampoco me causaron mayor impresión las instalaciones industriales que conocí durante mi formación como ingeniero, ni en mi trabajo. La novedad de su tecnología me aburre muy rápido, como se pasan las páginas de una revista. Pero eso cambió cuando conocí estas bestias pellizcadoras.

Nunca había visto una hasta el año pasado, cuando empecé a ir a la universidad en bicicleta - con sólo 200 años, Colombia no ha tenido aún que desconstruirse a gran escala. Un edificio viejo que había en el camino, de tal vez seis o siete pisos, amaneció un día rodeado de titanes color pastel. Sus largos brazos en reposo parecían garzas dobladas al amanecer. Como suelo salir temprano, por un tiempo sólo las vi parqueadas junto al edificio, que iba perdiendo su silueta. La verdad es que no les presté atención hasta el día en que las encontré en su danza. En ese momento la tenaza tenía apretado un pedazo del que por ahora era el último piso. El sonido del motor hacía entender que forcejeaba. El soberbio brazo de treinta metros, a pesar de la tensión, no temblaba. Tuve que orillarme para no afectar el tráfico de mortales en sus preocupaciones habituales. Unos segundos más y la pieza de concreto terminó por ceder. Cascada de piedras, nube de polvo, varillas despelucadas al sol. El agua atrapada en una tubería chorreó cual sangre de gallina que encuentra colgada su final. En tierra, las otras hermanas arrumaban, trituraban y disponían los escombros sin inmutarse. En su viaje de regreso, el brazo de la pulverizadora reflejó por un instante el sol naciente, antes de enzarzarse otra vez con ese que siempre y nunca es el último piso.

No puedo entender como hace el conductor de esta bestia para no gritar mientras trabaja. Si llegase el día de hacer mío ese brazo, necesitaría protección dental como los boxeadores, para no arruinar mis dientes; tal es la impresión que me produce la pulverizadora. Imagino que el operario debe desahogar en su trabajo todos sus odios y frustraciones, que debe llevar una vida tranquila y que tal vez hasta se la deje montar de su pareja. Una vida con tantas oportunidades de desfogue no puede sino conducir a la iluminación y la trascendencia.

Puedo entender que duden de mi cordura. La maquinaria pesada está lejos de la idea de espiritualidad, y más bien suele ser asociada con lo bruto, lo tosco, lo sucio. Pero eso no es más que otra construcción social, como aquello de todos los mecánicos de carros deben tener los overoles engrasados. Como una extensión del ser, la máquina descubre nuestra alma y lleva a nuevos niveles nuestra relación con el entorno. Entenderlo y mostrar un mínimo de empatía es no sólo posible, sino provechoso. Para que se hagan una idea, miren con atención:



De vuelta a lo abstracto,

panÓptiko

domingo, septiembre 05, 2010

El precio no es correcto


Tal vez ustedes se rían, pero yo me deprimo

Hace poco leí esta noticia sobre como algunas empresas de juguetes - estadounidenses, seguramente - cuadran las ventas de enero y febrero. El truco no deja de ser ingenioso: de los juguetes más populares de la temporada decembrina sólo sacan una reducida producción, de modo que estos rápido se agotan; ante esto, los padres no tienen otra alternativa que comprar un regalo sustituto, porque navidad sin regalo es un impensable. Pero una vez pasa la temporada, las compañías vuelven a sacar el producto en enero, tal vez redoblando el bombardeo mediático, y como los padres seguramente prometieron el juguete popular al hijo, terminaran comprándolo fuera de temporada.

La historia me recordó el porqué nunca he podido con nada relativo al comercio. Mientras que tal vez la estrategia haya salido de una clase de marketing, y se enseñe como un caso exitoso, no puedo dejar de ver en ello un fracaso ético. Que se le va hacer, soy intolerante a la mentira, y no puedo dejar de ver la carga de mentira que tiene casi cualquier intercambio.

En el caso del marketing hay muchos casos reconocidos. Un amigo de la casa celebraba la historia del tipo que le ofreció a una compañía de enjuague bucal duplicar sus ventas por una millonada. El secreto: duplicar el tamaño de la tapa. Muy listo, quizá, pero no puedo dejar de ver en ello un engaño.

El del video es otra versión de la carga de mentira que tienen los intercambios. Ya había tocado el tema en el caso de los turistas, y otro día me animo a escribir sobre el precio, que era la idea de hoy, pero me agarró el sueño.

Posteando a la fuerza,

viernes, agosto 27, 2010

El germen del mal

Namahage, villano o héroe?

La primera vez que me encontré un namahage en televisión el año pasado pensé que los japoneses eran unos retorcidos. Fue en invierno, tal vez febrero. Un par de hombres vestidos con trajes de paja y máscaras de demonio entraban dando gritos a una casa cualquiera. La familia, que se encontraba reunida alrededor de la mesa, los veía llegar fingiendo sorpresa. Bueno, los adultos, porque el susto en la cara de los dos niños de la casa era genuino. Aún gritando y tirando las puertas corredizas, los demonios dejaban claro el motivo de su visita: venían por los niños desobedientes. Se los iban a comer. Sin mediar más, se echaban sobre los pequeños y les alzaban o arrastraban hacia la puerta. De nada servía la resistencia de sus débiles cuerpos, ni sus gritos de terror. Entonces los familiares los asían de donde pudiesen y empezaban a forcejear con los demonios. Decían que los niños se habían portado bien, y les preguntaban a ellos si prometían portarse bien ese año que entraba. En medio de su llanto aceptaban lo que fuese y sólo en ese momento la furia de los namahage se aplacaba. Después de un trago y algo de comida, los demonios seguían de casa en casa, por el resto de la noche.



En ese momento resultaba difícil no compadecerse por la vil tortura a la que son sometidos cada año los niños que viven donde moran los namahage. No somos pocos los que tememos a los payasos o a los mimos, y estos no intentan ni la mitad de las cosas que estos demonios japoneses hacen. Además, ¡que lo pasen por televisión! Tal vez si fuese una denuncia de maltrato, pero que va, pues era un programa sobre las costumbres de la región norte de la isla principal - cerca de Sendai.

Sin embargo, atando cabos, hay algo de esta tradición que no parece incoherente con la cultura "tierna" que aparenta el país. Hace poco estrenaron una película sobre la venganza de una profesora a quién dos de sus alumnos de secundaria le matan a su hija. Ya que los culpables no pueden ir a la cárcel, la profesora se encarga de hacerlos desvariar hasta que cada uno termina destruyendo lo que más quiere. Kokuhaku - 'confessions' en inglés - no pasaría de ser una película promedio de suspenso, si no fuera porque los objetos de la hora y media de tortura psicológica son dos niños de 13 años. Cierto, son los malos, ¿pero no los libera algo su inocencia?

No hay tal. Si se mira con cuidado, no son pocas las películas de suspenso o miedo japonesas, que tienen por protagonistas a niños o jóvenes. Empezando por el famosísimo aro, y la niña Sadako que viene una semana después a acabar contigo. Otro clásico es Battle Royale, en la que los jóvenes se rebelan y hacen del archipiélago un caos, que sólo se controla haciendo que los perores cursos se maten unos a otros. De nuevo los niños como una fuente inesperada de crueldad y anarquía.

Lamentablemente, todo esto tiene su razón de ser en la realidad. La semana pasada, una niña de ocho años se suicidó en el balcón de su casa porque los niños del colegio la molestaban. Otro de doce se mató la misma semana con sulfuro de hidrógeno. En la nota de despedida, repetía varias veces que odiaba a sus compañeros y que no los iba a perdonar. El NYT nos recuerda que los humanos nacemos con un sentido moral, pero que este es limitado, y no nos previene - antes nos hace proclives - de la discriminación y la crueldad.

¿Será el namahage la mejor opción?

Por lo pronto, los dejo con un comercial de bolas de arroz tostado


sábado, agosto 21, 2010

¿Una imágen vale más que mil razones?

(Esculcando en las entradas que se me han quedado en el tintero me encontré hoy con esta foto. Ya no recuerdo porqué la guardé, ni el porqué del título. Tal vez tenga que ver con el conflicto ético que me provocan las fotos de guerra y/o miseria humana: por un lado muestran la gravedad de lo que pasa, pero a la vez es una verdad matizada, reducida. Una foto puede animarnos a actuar, pero no nos expresa la complejidad del asunto, ni el camino a seguir. En todo caso, como ando escaso de entradas, ahí la dejo)

NEAR GROZNY, CHECHNYA Photograph by Paul Lowe/Panos Pictures Tomado de Foreign Policy


sábado, agosto 07, 2010

Invencible, Invisible, Imbécil

Estación de Tren en Amberes, Bélgica

En estos días me encontré con un par de notas que me llamaron la atención, pero por falta de tiempo duraron un rato esperando en el navegador. Esto no es un hecho fuera de los común, dado el centenar de noticias, listas de correo, avances informativos, informes, posts, y similares, con los que toca lidiar a diario - bueno, no toca, pero no voy a discutir eso ahora. Lo curioso es el paradójico contraste que ofrecen una vez que se les leen una después de la otra.

Por un lado estaban un artículo sobre las capacidades mentales de los bebés, de esos que dan cuentan de las potencialidades en bruto con las que venimos equipados. En uno, tres psicólogos de la universidad de Cornell reportaban como los niños en edad pre-escolar usan muestreos estadísticos para inferir las preferencias de otras personas. Es decir, que si una persona toma juguetes de una caja llena de varios de ellos, y los que toma tienen cierta particularidad, los bebés distinguen la preferencia. Los investigadores afirman que esto demuestra el soporte de la aprendizaje estadístico en la rápida adquisición de conocimiento psicológico a temprana edad.

Pero, por otro lado, una serie de cinco posts en un blog del NYT me introdujo a la terrible realidad del efecto Dunning-Krugger. La idea es sencilla: nuestra estupidez nos previene de darnos cuenta de cuan estúpidos somos. Al parecer uno de los autores se interesó por el caso de un hombre que fue atrapado después de intentar robar dos bancos. Lo extraño del caso es que el tipo lo hizo sin ocultarse el rostro e incluso miraba a las cámaras de seguridad con tranquilidad. Después de interrogarlo, resultó que al hombre le habían dicho que si se untaba jugo de limón en la cara las cámaras no lo registrarían. Luego de hacer una prueba en la casa con una cámara de fotos, en la que seguramente por el ardor en los ojos no se apunto a sí mismo, se convenció y procedió con su fallido plan.

El balance es agradablemente realista. A la vez que nos enteramos del poder con el que venimos instalados, nada más sano que mantenernos alerta de lo mal que pueden salir las cosas. Y ojo que el efecto Dunning-Krugger no discrimina inteligencias. Según Wikipedia, los científicos reportan que el 94% de los profesores creen que su trabajo está por encima del promedio de sus pares - un total sinsentido. El mayor problema es que aquellos que entienden el problema no pueden más que sentirse inseguros de sí mismos - ¿será todo lo que hago una estupidez de la que no puedo escapar? - mientras que el los que no, siguen por la vida como si nada; es decir, la incertidumbre amplía la brecha.

Tal vez este efecto es uno del cuál no hubiese querido enterarme mientras escribo la disertación de doctorado. El ya sin sentido de sentarse cada día a luchar con unos datos y conceptos, ya incompletos de por si, para hacer de ellos eso que llaman conocimiento se hace más terrible. Si todo puede no ser más que un capricho personal, ¿para qué todo el sacrificio?

Tal vez conscientes de todo esto, los japoneses tienen un dicho consolador: entre más cargada la espiga, más se dobla.

Humildemente,

sábado, julio 31, 2010

¿Amenaza externa?

Tal vez ya conozcan este mapa, o alguna de su varias versiones. Lo importante son los puntos blancos, los cuales indican la intensidad en el uso de energía, o para ponerlo en términos más románticos, como se ve el mundo de noche desde el cielo.

La verdad de a puño que se desprende de este paisaje es que somos un potrero. Como si la naturaleza nos hubiese acorralado, somos unos cuantos puntos en la espesura. Es más, casi casi que somos nada más que cordillera, único refugio contra las enfermedades miserables que aún no somos capaces de acabar.

En este mapa trazar con la mente los límites con nuestros vecinos es un ejercicio vano. Sin puntos de referencia no hay como saber por donde ir trazando. Pero el mapa revela una realidad más crítica: tampoco parece haber nadie a quién preguntarle. Si a usted lo botan en un punto X de Europa las probabilidades de que se cruce con alguien que le diga donde anda son muchísimo más altas que en nuestro vecindario. Si entendemos por política, un arte irremediablemente inter-subjetivo, entonces nuestros mapas políticos no son más que una ficción. Pascual Gaviria nos recuerda esta semana como son de caprichosos los ríos de los llanos orientales. Así de caprichosas son las fronteras sin estrenar de nuestro enorme terruño.

Pero, claro está, nadie es consciente de ello. Las fronteras nos importan un pito. Primero conocemos Estados Unidos o Europa que el Vichada o el Guainía. De hecho, hasta debe salir más barato ir a Miami que a Puerto Inírida; y seguramente es más interesante, lo admito, mi intención no es moralina.

Lo que me molesta es la ligereza con la que se quiere usar en nuestro contexto la amenaza externa para modificar las preferencias electorales, infundir miedo para garantizar el apoyo. No puedo imaginar como sería un conflicto entre potreros. ¿Cuáles serían los objetivos? Sin densidad, ni infraestructura relevante, con los centros de poder tan alejados, y tan parecidos unos con otros, todo este alboroto no tiene ningún sentido.

Me temo que primero se muren de leishmaniasis los pobres soldados.

jueves, julio 22, 2010

La ola de frío que azota a América Latina se ensaña con los más pobres

Es mi impresión o el frío al sur del Ecuador es especialmente malévolo?

Si fuese bien pensado, sólo vería en el titular un recurso periodístico para atraer mi atención apelando a la piedad cristiana, para despertar en los lectores una preocupación por los desfavorecidos y prepararnos para cumplir el sagrado deber de ayudar al prójimo. Sin embargo, no puedo hacerme el tonto y olvidar que aún el más extremo de los eventos naturales carece de sentido moral, no es ni bueno ni malo, y que lo que descubre el frío es un problema más profundo. Nada que se solucione con unas cobijas, ni otros placebos morales.

Rato sin titulares,

miércoles, julio 21, 2010

Respuestas en lugares inesperados

Siempre había tenido problemas respondiendo un correo en el que alguien me envía los "mejores deseos", porque me parece que decir lo mismo es muy simplón, y que, aún más, enviar los mismos deseos suena al grosero acto de devolverle sus deseos a ese alguien. A esas cavilaciones les llegó su día hoy que recordé, como si fuera el Dalai Lama, esta gota de sabiduría:



Del mismo modo en el sentido contrario.

Vuelvo al trabajo.

domingo, julio 18, 2010

Sin gracia

Lo único rescatable de la diversa programación de Aeroflot entre Tokyo y Moscú fue el siguiente sencillo de Steve Aoki: I am in the house.



Pero debo reconocer que desde que conozco el pasito de Delfín® la música electrónica no es ni será nunca lo mismo.



En la casa,

viernes, julio 16, 2010

Silencio

Medio torii en pie, Nagasaki


"Al que fracasa no le importa engañarse a sí mismo como sea, con tal de justificar su fracaso"

Hace ya un tiempo le pregunté a mi querido amigo Nori cuál era para él el mejor libro de la literatura japonesa. Sin dudarlo, me recomendó una novela de los 60's sobre la suerte de los cristianos en la época de aislamiento en Japón, escrita por Shusaku Endo. Descartada la opción de leer el libro en la lengua vernácula, lo que me tomaría un tiempo que no tengo, me dí a la tarea de buscar el libro en español. Conseguirlo en inglés hubiese sido mucho más sencillo pero, cuando se trata de literatura, prefiero confiar en la labor de los traductores, a perder el doble de sustancia leyendo en un idioma del que no soy nativo; el doble porque se suma lo que se pierde por mi ignorancia y la del traductor.

Unos exagerados costos de envío hicieron que antes que conseguir el libro, se diera el viaje a Nagasaki, donde se desarrolla la parte final de la historia. El puerto fue el único habilitado para el intercambio con occidente durante los trescientos años de aislamiento, y por tanto fue bastión del control de la peste del cristianismo en el archipiélago. De hecho, una razón por la cual los holandeses recibieron prioridad por sobre los portugueses fue que su fe protestante no se mezclaba con los negocios. Los barcos eran requisados para verificar que no se traficase con imágenes o cualquier otro objeto sagrado, y de ello dependía en parte mantener el monopolio.

¡Arriba Sendai!

Ya sabía de las arbitrariedades imperiales porque en mi ciudad, Sendai, a más de mil kilómetros de Nagasaki, existe un pequeño y escondido monumento a los mártires locales. Con el fin de dar cumplimiento a la prohibición del cristianismo, las autoridades en cada shogunato cargaban consigo unas imágenes talladas en piedra o metal de Jesús o la Virgen, llamadas fumie. Cuando se sospechaba de las convicciones de alguna persona, se le ponía la imágen en frente y se le pedía que la pisara. De negarse, el pobre sería sometido por cierto tiempo a diferentes torturas las cuales, de mantenerse terco en su fe, se extenderían hasta su muerte. Esta es la historia que Endo prometía pero aún no llegaba a mis manos.

La visita de mi hermano fue la excusa perfecta para alargar un poco la vuelta al archipiélago. Con nuestro presupuesto limitado, llegar desde Hiroshima tomó casi todo el día. Los trenes locales no ofrecen conexiones frecuentes entre Nagasaki y Fukuoka, ciudad principal y puerta de entrada para explorar la sureña isla de Kyushu, así que es mejor cambiar a un bus en la terminal central. Después de las facilidades turísticas que ofrece la tristemente celebre Hiroshima, empieza uno a pensar que Nagasaki sufre de un karma adicional: eso de ser la ciudad donde cayó la segunda bomba nuclear, la deja con el oprobio y sin el rédito que la sombra de Hiroshima se roba en buena parte. De hecho, Nagasaki ni siquiera era el objetivo original del segundo impacto, pero el clima le jugó una mala pasada. En ese sentido me recordó a Manila, en Filipinas, la segunda ciudad más destruida de la segunda guerra mundial, después de Varsovia, y que si acaso algún curioso visitará o tan siquiera recordará por este motivo.

Pero, como todas las ciudades malditas, Nagasaki es una perla escondida. Su geografía montañosa contuvo en buena parte la furia del "fatman" que se precipitó sobre ella aquel 9 de agosto. Tal vez por el mismo motivo no cedió, como su hermana de infortunio, a las presiones de la modernidad, y se abstuvo de llenarse de grandes autopistas y amplios andenes, manteniendo ese arrume tan característico del este y sureste asiático que hace parte de su belleza. El turista con algo más que el morbo atómico y con curiosidad histórica, tendrá mucho de donde escoger: además del museo y el parque de esculturas de la paz, en la ciudad se encuentran los restos del intercambio con Holanda y un legado arquitectónico que si acaso se vislumbra en la original estación de Tokio. También hay iglesias, parques, canales con puentes viejos que alternan estilos occidentales y orientales, y un fabuloso barrio chino donde se pueden comer las recetas únicas producto de tantos años de intercambio.

Pero tal vez con sólo el morbo sería suficiente para dar con el secreto más oscuro de la ciudad. Recuerdo que a los once años, cuando por primera vez visité a Cartagena, enloquecí a mis padres pidiendo que me llevaran al museo de la inquisición. Ese gusto retorcido por el lado oscuro de la condición humana también me llevó a la loma oeste dónde se encuentra el Museo de los 26 Mártires.

Gracia Hosokawa, Tesoro del Museo

Los tesoros que allí se encuentran parecerían simples si se llega a ellos sin contexto. Arte religioso, medallas, mapas antiguos, imágenes, artefactos de iglesia y documentos antiguos, nada que no haya en cualquiera de nuestra ciudades. ¡Pero estos están en Japón¡ ¡En la colina donde crucificaron a 26 cristianos! ¡Y dónde aún el catolicismo no ha dejado de ser una minoría ridícula! Trato de buscar un ejemplo en nuestra realidad, pero no encuentro nada que se le asemeje. Tal vez si los musulmanes que colonizaron la costa norte hubieran hecho proselitismo religioso tendríamos algo similar, pero hasta donde sé si acaso tenemos una mezquita en el norte de la capital. Algo que le suma espectacularidad al museo es que, después de tanto museo dónde no hay otra opción que observar garabatos inteligibles como muestras de arte, leer aquellos textos originales en español o portugués antiguo generan una felicidad extraña, la misma que se siente conversando en español con un anciano en Filipinas; ese sentimiento tan ajeno, quizá vano pero emocionante, de sentirse participe de la historia mundial.

Al final del corto recorrido - el museo algo más que un sala de diez por cinco metros más otros cuartos pequeños y un altillo - se me ocurre que el dichoso libro de Endo podría estar en la sección de recuerdos. ¿Por qué no, si se trata de una libro sobre la suerte de los pobres misioneros jesuitas exaltados en el museo? Para mi sorpresa, no hay más que libros de santos, postales y escapularios. Me voy con las manos vacías, con la duda sobre aquella misteriosa ausencia, envuelto en ese silencio de museo que en este es triple porque es a la vez museo, de mártires, y además capilla.

No deja de ser irónico que el libro haya llegado por fin a mí mientras visitaba Holanda. Por motivos de mi investigación, pasé unas semanas en La Haya, y aprovechando la cercanía ordené el esquivo volumen. De 'Silencio', que así se llama la novela, sólo parece existir una traducción al español en los ochentas, de la cuál el año pasado sacaron una re-edición. Sigue la historia de tres padres portugueses que se empecinan en entrar a escondidas en Japón para conocer la suerte de un maestro, de quien se dice abdicó a su fe. Movidos por la incredulidad y el deber cristiano, los tres emprenden la larga travesía - Portugal, Roma, Goa, Macao, Japón - durante la que son advertidos del gran peligro que les espera. A uno de ellos el cuerpo no le alcanza para llegar al archipiélago prometido, y los otros dos siguen no sin angustia.

La obra es uno de los libros más impactantes que he leído. Seguimos todo el tiempo la primera persona de uno de los jesuitas, y con ello el autor se aleja de las neutralidades de la investigación histórica. El silencio de Endo no es otro que el del Dios de los cristianos en tierras salvajes. La habilidad del autor está en explorar lentamente la relación entre el misionero y su Dios en la medida en que se desenvuelve la locura de su empresa. Sin el medio social que soporta sus convicciones, sin siquiera entender el idioma de su rebaño, incapaz de moverse libremente porque sus solos rasgos le delatan ¿de dónde ha de surgir la voz que conduce a su servidor en la oscuridad? A la vez que los pocos desarrapados que le protegen perecen por su misión, Endo retrata con intensidad las vacilaciones y reclamos del cristiano para con su señor. Silencio es la respuesta.

La otra mitad de la hazaña de Endo está en el retrato que hace del Japón rural de la época de Edo. Sin romanticismo retrata las villas rústicas, y a sus campesinos como tales: tal vez cándidos, pero sucios, apestosos y miserables. El personaje de Kichijiro es tal vez el más sobrecojedor: un japonés zarrapastroso que igual accede a guiar como a traicionar a los padres, porque es un cristiano débil. El mismo dice que si hubiese nacido en occidente sería el más fiel de los devotos, pero no tiene la entereza para soportar la tortura; sin embargo, después de cada abdicación, en una mezcla extraña de remordimiento y creencia, vuelve en busca del perdón y el consuelo cristiano. ¿Tenemos acaso razones para juzgarle?

El cuadro de la historia se completa con el músculo del imperio: los samurais que le subyugan, los oficiales que le torturan, y la figura terrible del jefe Inoue, quien resulta ser un viejito bonachón e imperturbable. La sevicia y la belleza alcanzada por el imperio japonés antes de la restauración Meiji conviven en el relato de Endo sin dilemas. Nagasaki emerge dentro de la pesadilla como es, no el pandemónium o un campo de concentración, sino un puerto agitado donde se comercian productos de todo el mundo, que tiene a sus afueras un pequeño y hasta descuidado reclusorio para herejes. Nada más allá del recurso tradicional de la tortura desvía el rencor del lector contra el imperio. A pesar de los gritos en el foso, el silencio del Señor no deja nunca de ser el protagonista.

Según Wikipedia, el próximo año el director estadounidense Martin Scorsese estrenará una versión para el cine. Ojalá muchos pudiesen leer el libro antes de que el filme le robe la oportunidad a su imaginación de darle una estética a la historia. Intentando imaginar una puesta en escena, no se me viene a la mente nada distinto que el equivalente a la segunda parte de "La Pasión". Pero esta vez, en lugar de Jesús, arrestan a todos los apóstoles y a la virgen, y los van crucificando uno a uno mientras este escucha, encerrado en un tugurio asqueroso, al pié del Gólgota. ¿Cuáles hubiesen sido entonces las siete palabras? De nuevo con once años, jugando con los artefactos grotescos del museo en Cartagena, nunca hubiera imaginado que hasta en eso el imperio que nos tocó en suerte fuese el de unos meros principiantes.

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Espero de alguna manera remediar con este post, el largo silencio en este recinto.

miércoles, junio 09, 2010

De nuevo otra vez


Por alguna extraña razón, desde que vivo en Japón los cambios de primer ministro me cogen por fuera del país. ¡Cuatro en cuatro años! Espero no estarme perdiendo de masivas movilizaciones sociales, o de agitados enfrentamientos en las calles de Sendai... ¡Bah! Lo interesante de Japón es que no necesita estado para cuidarse a si mismo, de todo menos de su lento pero imparable envejecimiento.

Desde la Haya,

domingo, mayo 23, 2010

Oil

No Señor (Especial Centenario II)

¡Advertencia! (228 Peace Memorial Park, Taipei, ciudad de algún país...)

Parece que el electorado le quiere regalar en su aniversario al país un gran cambio. Si no el peluqueado, por lo menos piensan afeitarlo como no se había visto nunca antes - bueno, que yo recuerde. Este lugar olvidado recibe con buen ojo las noticias en la distancia, pero no deja de sorprender que las propuestas en juego, las que agitan al ciberespacio, no son muy distintas a lo que se ha hablado en estos 200 años: la legalidad y el cumplimiento de las normas.

¿Y es que acaso podremos algún día dejar de hablar de ello? Si nos atenemos a lo que pasa en Nara, es posible que suceda en unos 1100 años, pero es mejor no hacerse muchas ilusiones. El proceso de formar una ciudadanía obediente y respetuosa de las normas en Japón fue largo y doloroso. Una clave para el éxito del país fue mantener un sistema violentamente jerárquico por 1150 años, algo que la opinión pública colombiana probablemente objetaría. Sólo un gobierno de este estilo podría ejecutar la pena capital para infracciones menores, como usar un parasol o interrumpir alguna procesión del Shogun en tiempos de Tokugawa. Con asuntos más serios, el castigo cobijaría no sólo al culpable sino a toda su familia. Es gracias a varios siglos de este régimen que fue posible que la gente se comportara.

Todo parece indicar que el contenido de las normas no es tan importante como lograr que se cumplan. En lo que tiene de fundada la ciudad de Nara seguramente habrá visto muchas arbitrariedades, como las que mencionaba antes, pero una vez se abrió al mundo resultó muy rápido ponerse a la altura moral de sus pares europeos. Eso nos quita un enorme peso de encima porque elimina la necesidad de preocuparnos por la elección del legislativo: dentro de 1100 años las normas que tienen sentido quedaran, y las que no, irán desapareciendo.

Sin embargo, hay que reconocer que por su condición de isla, al imperio le quedó relativamente fácil aislarse por un buen tiempo, cosa que nos queda difícil, no gracias a nuestros dos mares que de poco han servido, sino a las tecnologías de la información de las que ya más nunca podremos desligarnos. También hay que darle crédito a la tradición confuciana, dentro de la cual dar ejemplo era la obligación primordial del servidor público, y la armonía era una virtud que se imponía por sobre la voluntad del individuo. Además, tener un pasado glorioso ayuda bastante: no sólo el arraigo y respeto a los ancestros hace más cercanas las normas a nuestras vidas, sino que saber que la era dorada ya la pasamos, que vamos en decadencia, le quita el sentido a la competencia por la cuál pasaríamos por encima del resto.

Esperemos que algo más de mil años sean suficientes.

Ojalá el otro

jueves, abril 29, 2010

No Samurai (Especial Centenario - parte I)

Utsukushima Showdown

Esta historia termina en una escena conocida, un poco modificada, pero conocida. Se trata de los acontecimientos detrás de una parte trivial en Cazadores del Arca Perdida. El hombre se levanta temprano en la mañana, al despuntar, se lava la cara y dedica dos horas a medir su katana contra el viento. Es un ejercicio meticuloso. Un sólo golpe es suficiente para definir el encuentro. Es necesario entonces que la mano no dude cuando llegue el momento. Que las piernas no pierdan el apoyo ni por un segundo, aunque su movimiento fluya con la ferocidad del mar. La vista siempre en el enemigo, atento a sus movimientos, forzando el error con su fortaleza espiritual.

Después de desayunar pescado y arroz, dedica la mañana a practicar caligrafía. No sólo aprende de la sabiduría detrás de los caracteres ancestrales, sino que también desnuda su corazón con el pincel. Los trazos en el papel reflejan la armonía de sus pasiones, cuando la duda le puede a la serenidad, cuando la furia o el amor perturban la mesura; todas estas, emociones que viajan con la katana en busca de la victoria, pero que no son tan fáciles de leer en el aire.

El hombre sale al mercado. Su presencia es sinónimo de orden. Tal vez no de justicia, pero si de seguridad contra la incertidumbre. Entonces una gritería agita algún rincón del entramado de kioskos. El hombre se apresura a averiguar de que se trata, en contra del sentido común del comerciante, que prefiere esconderse o correr. Unos jóvenes escapan entre la multitud, y mientras el hombre los ve perderse en una cuadra, el perseguidor lo encara. Hombre blanco, cabellos dorados, ojos azules. Ni el viento ni los caracteres hubiesen podido preparar su alma para este encuentro. Blande su espada sin control, mientras algo dentro de él cree que es mejor esperar pero la idea se pierde en la premura. De todas maneras, no toca un pelo del contrincante, lo suyo es sólo una amenaza, una muestra vulgar de fuerza a lo desconocido. Sin embargo, el hombre blanco no se inmuta, desenfunda, dispara. Adiós al hombre.

Se que es una exageración ridícula, que seguramente existieron samurais perezosos, desmedidos, o con mala letra. También primó la tiranía en ciertos reinos de lo que era Japón, muy seguramente también la ley del más fuerte. Pero eso no quita la sensación de que algo se perdió cuando las armas desincentivaron el cultivo de cuerpo-mente. Un ejercicio más allá de lo deportivo o lo militar, más bien una arte político de lo que ha de ser nuestra existencia física. Eso era el samurai.

Este año Colombia celebra 200 años de su nacimiento como lucha por una identidad, mientras que la ciudad de Nara, antigua capital del imperio, celebra sus 1300 años de nacer por vocación, sin conocer yugos. Con motivo de esta casualidad de celebraciones, me gustaría pensar un rato en lo diferentes que son los dos aniversarios, y en lo que una culicagada de 200 podría ser en 1100 años.

Larga vida al imperio,

domingo, abril 25, 2010

Vejez en flor

Funaoka, Prefectura de Miyagi

Es en primavera cuando la terquedad de los japoneses recoge sus frutos, o mejor dicho, florece. Los cerezos, hasta los más raquíticos y desgonzados, sostenidos por cientos de lazos y varas, se llenan de rosa cual quinceañera, alegrando el corazón como siempre. Es increíble como esos palos vetustos, que en invierno parecen fallecer vencidos por su propio peso, se lucen desvergonzados cada primavera. Siempre que me cruzo con uno de esos centenarios, me quedo mirando a la gente que los visita, para ver con que ojos los miran, y me queda la impresión de que el culto a la belleza y el respeto a la tradición han sepultado para siempre la verdad de la decrepitud de los árboles, el hecho de que su vida se extiende artificialmente.

Claro que eso de la "decrepitud" es puro prejuicio mío. Los mismos humanos nos la pasamos buscando como alargar un poco más nuestra existencia. ¿Por qué dejar los árboles a su suerte? Además, el ejercicio de la jardinería a gran escala, en el espacio y en el tiempo, sirve para recordarnos los límites de nuestra existencia, nos enseña a participar en proyectos de los cuales no veremos tal vez el fin, y a valorar a quienes nos rodean - de quienes, en últimas, dependerá el proyecto al que nos entregamos.


Aún así, la imagen de los ancianos floreciendo no deja de darme cierta tristeza. Alentador pensar que seguiremos regalando al mundo lo más colorido de nosotros por tantos años, aunque el cuerpo parezca moribundo y haga falta soporte. Pero esa reticencia al cambio lleva su cuota de egoísmo, cerrando el paso a lo que hubiese sido y ya no será.

En fin, dos formas de ver mundo muy distintas, y el panÓptiko muy trascendental.

Rosadito,

lunes, abril 12, 2010

Tragicomedia


Tengo que admitir que los japoneses tienen talento para hacerme llorar con sus historias que pasan por televisión - eso o me he vuelto muy sensible. Además de escoger la música adecuada y llenar la historia de pequeños pero certeros giros argumentales y acentos emotivos, el hecho de que hasta en los hombres esté bien visto llorar, permite que el reflejo del animal social que llevamos por dentro aflore más fácil.

El otro día pasaron la historia del ganador de la medalla de oro en la prueba de cross country de los pasados Paraolímpicos de invierno. El ganador, de veintinueve años, perdió un brazo cuando niño: su abuelo lo cogió con el tractor de plantar el campo de arroz. Desde entonces el abuelo ha llevado consigo un inmenso sentimiento de culpa, por lo que ha dedicado su vida a apoyar a su nieto para que salga adelante, lo que incluye el entrenamiento en los deportes de nieve.

El reportaje nos cuenta esta historia acompañada de pasajes de los entrenamientos y los momentos de la competición que terminan en las anheladas preseas doradas - que fueron en las pruebas de 1 Km y 10 Km. La historia llega al cénit cuando el atleta, Nitta Yoshihiro, entra con las medallas a casa de su abuelo y se las entrega. Por un momento sobran las palabras. Debido a su acervo no se abrazan, pero eso sólo hace más emotivo el encuentro: por lo menos a mis ojos latinos les parece ver como los cuerpos luchan por contenerse. Al final el abuelo dice que no ve la hora de tomarse un trago con su nieto, y entre lágrimas y copos las cámaras los dejan por fin en paz.

Si embargo, también debo reconocer que los japoneses tiene un gran sentido del humor - algunos por lo menos. Siendo el sinsentido el motor de la risa, su ocurrencias tan fuera de nuestro contexto no pueden sino hacernos estallar en carcajadas.

Es así que, saliendo de mi ensimismamiento, le pregunto a mi acompañante que habrá sido de los padres del muchacho, quienes en ningún momento salieron en la historia. "Seguramente los cogió el abuelo con el tractor", y hasta ahí el enternecimiento.

A menos de un año de que se acabe mi vida de pensionado,

P.D. ¡Hurra por mis seguidores!

domingo, febrero 28, 2010

¿El Eterno Retorno?

Me gustó esta gráfica de un artículo del Economist, aunque quien sabe que tanto vuelva a subir la proporción asiática.

Por lo pronto, me preparo para volver...

martes, enero 26, 2010

De porqué a veces me espanto del mundo cuantitativo

Encontrarme artículos con este tipo de frases me hacen cuestionarme la necesidad de tanta complejidad

Using hierarchical generalized linear modeling (HGLM) for the multinomial dependent variable, this study found a significant and negative relationship between homicide rate and public confidence in the police.
Supongo que no todos pueden ser como Freakeconomics, pero eso de que el agua moja...

lunes, enero 11, 2010

Cubrimiento de Colombia en The Economist


Ampliando las razones de Alejandro Gaviria, y ya que la editorial de este diario fue la que motivo el comentario del Presidente Uribe, los datos de lo que está disponible en la página del diario inglés.

Comentarios/preguntas:

  • Los datos van desde Julio del 99 hasta Diciembre 2009, un total de 242 artículos; como la información no aparece con el formato de base de datos, toca hacer la cuenta manual.
  • Sin embargo, la selección tiene la ventaja que son artículos efectivamente sobre Colombia (el año pasado publicaron un artículo sobre el alza de la criminalidad en Vancouver titulado "British Columbia or Colombia?" y no sale en la selección)
  • Al parecer no hay necesariamente picos electorales, cómo muy posiblemente sea el caso del NYT. Sin embargo, me pregunto como se pueden comparar los resultados, dado que este es un semanario y no un diario.
  • 18 artículos son versiones que sólo aparecen en la red, pero están incluidos.
  • Hay que abonarle al argumento de Gaviria que algunos artículos incluyen apoyo al TLC, lo que deja ver al Presidente - y sus geniales defensores - como un ingrato.
Bueno, eso por ahora, me voy a almorzar.

Hittler defiende a Nigeria

Esto será un clásico



vía Loomnie

domingo, enero 10, 2010

Casi instantánea

(Noticia de hoy en el Japan News Network)

La señorita Sato (23) fue arrestada el 10 de enero, bajo sospecha de haber atropellado y causado la muerte a una anciana de 80 años, huyendo luego de la escena del crimen.

De acuerdo a las autoridades, la sospechosa continuó conduciendo por 6 o 7 kilómetros hasta su residencia. Al ser cuestionada, la sospechosa reconoció haber huido por la impresión.

Hacia las 4 y 5 PM del 10 de enero, la sospechosa al parecer arroyó con su vehículo a la anciana, una desempleada llamada Shige Ami que vivía cerca del lugar, emprendiendo entonces la huida. En apariencia, la muerte fue casi instantánea.

Luego de que un amigo, al cuál la sospechosa señorita Sato avisó de lo ocurrido, se comunicara con la línea 110, las autoridades descubrieron el automóvil en frente del jardín de la casa de la sospechosa. Los paramédicos confirmaron la muerte de la señora Ami, quién permanecía en el capó. En su casa, la sospechosa señorita Sato no presentaba heridas.

Las autoridades afirman que el lugar de accidente es una vía recta de un solo carril con fácil visibilidad.

(¿Será que la sospechosa señorita Sato alcanzó a pedir perdón?)

domingo, enero 03, 2010

Pretencioso



En aproximadamente un año deberé estar entregando mi disertación doctoral. Es una idea lo suficientemente espantosa para cerrar twitter, facebook y, claro, los tres blogs que alimento con alguna regularidad. No ayuda para nada el hecho que el profesor Rodrik - el penúltimo a la izquierda - haya hecho algo similar para poder escribir un libro. De hecho, el último en la lista es un estudiante colombiano de doctorado que anda en las mismas. La conciencia me dice que lo debo cerrar.

Pero, como diría Gilberto, el corazón me dice que no debo. Tanto el blog de Alejandro Gaviria como el de Chris Blattman, que en medio de sus miles de ocupaciones y viajes, mantienen unos lugares bien agradables, nutridos en ideas y noticias interesantes, son de gran inspiración. El último defiende el oficio del bloguero como un momento relajante que no tiene porque tomar más de 30 minutos diarios. Alejandro mata dos pájaros de un tiro subiendo sus columnas de opinión en El Espectador, pero el tiempo que le dedica a los comentaristas creo que rebasa la recomendación del profesor de Yale.

El problema empieza cuando uno sigue a otros monstruos del blog. Digamos que ni "Aid Watch" ni "Boing Boing" cuentan porque son escritos por equipos. Pero otros muchos, incluyendo a los de la izquierda, escriben casi a diario extensos y bellos textos que sería ridículo intentar emular. Revisando los borradores que quedan en la bandeja de entrada, me encuentro con textos que me gustaría tejer hasta volver crónicas o cuentos, pero caigo ahora en cuenta que puede que este no sea el espacio para tales esfuerzos.

De manera que, haciendo un balance, el blog no se cierra, pero intentaré dejar de ser pretencioso cuando me siento a consentirlo. En mi lista de enlaces "para el blog" hay un sinfín de links que llevan varios años en remojo, esperando su gran noche. La vida nos muestra, sin embargo, que las mejores noches no son las que planeamos sino las que nos sorprenden. Así que me haré menos bola cuando me siente al teclado, y le dejaré al tiempo que haga de estos escritos cantos rodados.

Como dicen en Japón: shinpuru isu besuto.

Buen viento en esta nueva década.